Te escribo esta carta desde una tierra sin dueño. Llueve. Llueve mucho y en el cielo solo se ve una horrible masa negra que invita a la melancolía y la tristeza. A mi alrededor tan solo veo un bosque ya sin vida... Ni una sola hoja verde. Es tan inusual. Es tan deprimente.

Al menos he encontrado una pequeña cueva donde poder resguardarme del temporal, aunque refugiarme en el interior es igual o peor que estar expuesto a la noche que somete a esta tierra. La cueva sigue siendo fría y húmeda, pero al menos es mi cueva, al menos forma parte de mi durante esta noche.

El poco fuego que he conseguido crear apenas me calienta las uñas de los dedos, pero eso no impide que te escriba, mi reina y amada.

Tan solo tú has sabido comprenderme durante tanto tiempo. Tú eres el pilar de nuestro reino, controlas las jerarquías y estableces las ordenes y leyes. Tú has sido quien ha conseguido levantar cada ladrillo, cada cimiento. Tú y yo hemos sido uña y carne y juntos conseguimos mover montañas para crear un nuevo amanecer, una nueva vida.

Ahora miro a mi alrededor y temo no volverte a ver. Temo que si te veo esta extraña oscuridad haya llegado a nuestro reino y ya nada sea como antes. Ya no sonrías o te levantes cada mañana con la misma ilusión de antaño. Temo por que no seamos una familia de nuevo.

Y tienes razón cuando decías que todo iba mal, pero hay algo que sabes también como yo. Sabes que mañana lo que hoy es semilla será flor y lo que ahora es tormenta será luz y sol. Sabes que todo pasará y aún si la tormenta persiste estaremos juntos y la afrontaremos con la mayor de las corazas y escudos, pero siempre juntos.

Apenas me queda tinta. Tan solo pedirte que seas feliz y sonrías con los pequeños placeres de esta vida pues yo aún sometido a todo esto soy feliz pensando que tú algún día leerás esta carta y te acordarás de mi.

Espero escapar de esta tierra. Espero volverte a ver, mi reina.